Corazón de María
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   La devoción al Corazón de María fue consecuencia y fruto de la devoción al Corazón de Jesús. Diversas Ordenes y movimientos religiosos, más de un centenar desde la segunda mitad del siglo XIX, fueron resaltando en la Iglesia la figura de María en la advocación de su Corazón misericordioso.
   La devoción a esa misericordia maternal, más o menos explícitamente asociada a la infinita misericordia del Hijo, viene de lejos en la Iglesia. Inseparable compañera de su Hijo en su labor misionera y salvadora, la ternura mariana fue proclamada por autores benedictinos, franciscanos y domi­nicos. Desde la edad moderna la antorcha fue recogida por los jesuitas, cuyo grandes escritores ascéticos abundaron en textos sobre el amor tierno de la Madre y sobre la dulzura de su corazón.
   San Francisco de Sales hizo del Corazón de María el lugar de encuentro de las almas con el Espíritu Santo. San Juan Eudes, comenzó a formular una doctrina teológica sistemática y fundada bíblicamente, como aparece en su obra significativa "Le Coeur admirable de la Mere de Dieu". En ella resaltó el valor de la devoción al Corazón "sin mancha" de María (inmaculado se diría después) como el camino rápido para llegar al Corazón del Hijo. Intentó divulgar esa devoción y celebró, aunque con cierto carácter privado, la fiesta del Corazón de la Madre junto a la del Corazón de Hijo.
   En 1799 Pío VI autorizó a la diócesis de Palermo a celebrar una fiesta en honor del Corazón santísimo de la bienaventurada virgen María. Pío VIl, en 1805, decidió conceder y establecer esta celebración litúrgi­ca para todos los que la solicitasen expresamente a Roma.
   Fue San Antonio María Clarea el que promovió una ardien­te devoción cordima­riana, enriquecida con la aportación de estudios teológicos y plegarias hermosas que quedaron plasmados en su portento­sa producción literaria. La autoridad moral y eclesial de este "confesor de la Reina de España" ven­ció con facilidad las discusiones y reticencias y por eso desde el siglo XIX se vio su camino despejado para la extensión a toda la Igle­sia.
   Fueron los "Misioneros Hijos del Corazón Inmaculado de María" (claretia­nos) los mejores promotores de esta advoca­ción mariana, sobre todo después de las apariciones de Fátima. El 31 de octubre de 1942 (y luego, solemnemente, el 8 de Diciembre en la basílica vaticana), en el 25 aniversario de las apariciones de Fátima, Pío Xll consagraba la Iglesia y el género humano al Inmaculado Corazón de María. El 4 de Marzo de 1944, con el decreto "Cultus liturgicus", el Papa extendió a toda la Iglesia latina la fiesta litúrgica situándola en el 22 de Agosto.
   La devoción al Corazón de María se presentó desde entonces como el cauce seguro para caminar hacia Jesús y se la convirtió en emblema de la intermediación mariana. Aunque en ambientes menos sensibles a la piedad mariana, como son los sajones, y en el mismo Concilio Vaticano II, apenas se citara esta referencia, es una fiesta conmemorativa que refleja la devoción por la Madre del Salvador y no un mero desahogo afectivo del creyente necesitado de una madre espiritual que compense las carencias posibles y referentes a las propias madres de la tierra, como sus detractores han querido en ocasiones sugerir.
   Tal vez sea la plegaria colecta de la Misa de esta fiesta el texto guía que da la pauta espiritual y catequística de esta festividad y de semejante idea y devoción: "Oh Dios, tú que has preparado en el corazón de la virgen María una digna morada al Espíritu Santo, haz que nosotros, por intercesión de la Virgen, lleguemos a ser templos dignos de tu gloria".
    María es modelo de los que escuchan la palabra de Dios y hacen de ella su norma de vida. Es modelo porque amó a Jesús sin medida e hizo de su Hijo su tesoro. En la medida en que el cristiano imita tal ejemplo, crece en santidad.

  


 
 

 

 

   

 

 

 

 
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